martes, 30 de diciembre de 2008


Repudiable sevicia judía

El llamado "pueblo elegido" muestra la verdadera naturaleza del Jehová o Yahvé que los mueve: el vengativo Dios que los hizo desembocar en el sionismo y los llevó a provocar el antisemitismo que tuvo su punto culminante en la "solución final" de los nazis. Al ver el genocidio de Gaza cabe preguntarse sobre la responsabilidad que tuvo la soberbia judía en el llamado "holocausto". Reproducimos el artículo del periodista peruano César Hildebrandt acerca del feroz ataque a la franja de Gaza, publicado en el diario La Primera (Lima) el día de hoy.




El gueto más grande del mundo

Hay 21 niños entre los cientos de muertos palestinos caídos por la ofensiva de estirpe nazi que el estado de Israel, creado para reivindicar a las víctimas del nazismo, ha decidio perpetrar en contra de Hamas. Veintiún niños muertos y 235 niños heridos. Son los daños colaterales de esto que la prensa internacional llama "guerra".

Pero es una "guerra" donde un bando tiene aviones F-16 y F-18, helicópteros Apache, misilística teleguiada, tanques de última generación, satélites rastreadores (aun de noche), interceptación electrónica y, por último, si llega el momento, un arsenal clandestino de bombas atómicas de uranio y de plutonio; una guerra donde el otro bando tiene viejas armas ligeras, cohetes artesanales que han causado una baja israelí en su "última ofensiva", piedras, hondas, gritos, multitudes, rabias, y mucha carne de cañón, muchos niños que interrumpir con una bomba lanzada por computadora.

Porque de niños interrumpidos y guerras asimétricas está llena la historia de los palestinos, víctimas de un genocidio rapaz y lento que los pretende aniquilar como nación. Un genocidio que el mundo permite porque el lobby sionista lo ha comprado casi todo y porque los sionistas nazis que hoy gobiernan Israel piensan que el Holocausto les da derecho a todo y les otorga, además, un monopolio del martirio que el pueblo palestino no puede atreverse a disputar.




Yo nací el año del nacimiento de Israel. Soy coetáneo de ese Estado que todo el mundo democrático aplaudió y que tanto le debió a personajes entrañables como David Ben Gurión.

Sólo después nos enteramos de que el nacimiento de Israel implicó el despojo de millones de palestinos que, de la noche a la mañana, se vieron sin casa ni futuro y que vivirían su propia y trágica diáspora.

Curioso es que para redimir a una cultura sin territorio -que eso eran los judíos errantes por el mundo- se tuvo que privar de todo a una nación que sí tenía territorio pero a la que se consideró sin derechos.



Que el estado de Israel -prosocialista, democrático y, en muchos sentidos, ejemplar- se haya convertido en esta especie de Gestapo dispuesta a todos los abusos y a todas las infamias, es algo que no se alcanza a comprender ni no se entiende, al mismo tiempo, la descomposición del liderazgo occidental -especialmente el de los Estados Unidos- el ascenso social del fundamentalismo de ambos bandos, las guerras ganadas y la arrogancia que eso trajo, las traiciones entre árabes, las provocaciones suicidas y ante todo retóricas de grupos como Hamas y la indiferencia mundial ante la matanza sistemática del pueblo palestino (recuérdese los sucesos de Sabra y Chatila).

Esa zorra de la diplomacia internacional que se hace llamar Condoleezza Rice dice que Hamas tiene la culpa. Lo mismo dice el sumamente corrupto Mahmud Abbas, el títere que Washington y Tel Aviv mantienen como presidente de la llamada Autoridad Nacional Palestina. Pero lo cierto es que si Hamas no existiera, Israel ya lo habría inventado.

De hecho, cada vez que las cosas han marchado sin que corriera sangre y en la atmósfera de cierto mutuo reconocimiento, Israel ha hecho todo lo posible para que, en el seno de Hamas, los halcones ahuyenten a las palomas y empiece de nuevo lo que el estado terrorista de Israel llama, sin rubor, "provocaciones terroristas".



Cuando Hamas ha dado alguna muestra de tolerancia, Israel ha soltado las alarmas. Y, de inmediato, ha reiniciado y hasta redoblado el bloqueo inhumano del más grande gueto de la historia (más grande que el de Varsovia): la franja de Gaza.

Negándole todo al enemigo, arrinconándolo y humillándolo, Israel logró, por enésima vez, que los idiotas cohetes "Katiushka" del extremismo de Hamas cruzaran la frontera y amenazaran a ciertas aldeas. El porcentaje de eficacia de estos artilugios que se arman en garajes y cocinas es, felizmente, menor al 1 por 1000. Imagínense lo que estaría haciendo el ejército israelí en Gaza si ese porcentaje mejorara.

Pero el libreto israelí era esta vez más audaz. Se trataba de demostrarle a la administración Obama, proisraelí hasta decir que la seguridad de Israel "es sacrosanta", que Israel -por si acaso alguien lo haya pensado- no admitirá recortes en su política de exterminio del pueblo palestino y en su afán de "admitir" un Estado palestino partido en dos, sin retornados y de cuyo diminuto espacio el estado judío se apropiaría, además, del 7,4 por ciento, que se destinaría a los asentamientos ilegales (algo que ni siquiera el podrido Abbas puede aceptar públicamente).

¿Quién se opone a los designios de Israel? ¿Quién puede conducir a los palestinos a una negociación de verdad? ¿Quién puede convocar a una Intifada?




La respuesta es una sola: Hamas, que ha conservado su limpieza, ha ganado elecciones limpias y ha terminado de enterrar a Fatah, la organización militar que creó Arafat y que hoy ha hundido en el lodo el señor Mahmud Abbas.

Se trata, entonces, de asesinar a Hamas - metáfora sólo para gentiles: literalidad para el extremismo sionista-. Y con Hamas habrán de morir quienes puedan estar en su entorno. Y con la política de terror que la ocupación israelí de Gaza va a suponer se cree que el "problema Hamas" quedará resuelto.

Se equivoca Israel. Como se equivocó Hitler cuando aspiró a que la fuerza fuera derecho y el derecho fuera fuerza. Los sueños nazis terminan en pesadillas mundiales.

Israel necesitaba de Hamas para torpedear las negociaciones de paz y frustrar todo intento de ejecutar las hojas de ruta de las que hablaba Clinton. Todo indica que el gobierno de Tel Avivi ha recibido señales de que la administración Obama no apostará por esas negociaciones ni se opondrá a la política de tierra arrasada y cadáveres brotando de edificios humeantes de una Gaza rota.



Pero si esto es así, entonces el próximo objetivo será Irán. Y si Israel -el pueblo elegido- logra sus objetivos en Irán, estaremos asistiendo al nacimiento larvado de la tercera guerra mundial y de un terrorismo -más "ideológico" y "místico" que nunca- que hará que lo de las torres gemelas parezca un juego de play station. Entonces, el Armagedón estará próximo.




Imágenes:blog20minutos.es, elmundo.es, identidadandaluza.wordpress.com, bbcmundo.com, elpais.com, larepublica.pe, lanacion.com.ar

martes, 23 de diciembre de 2008


Juan Gonzalo Rose (I)

Juan Gonzalo Rose (Tacna, 1928 - Lima, 1983), a la vez que poeta de la Generación del 50, fue compositor y periodista. Junto a Vallejo, Eielson, Westphalen, Belli y Varela, es uno de los más importantes poetas que ha tenido el Perú. Marco Martos dice sobre él: "Rose es un poeta tradicional en el sentido que usa recursos que la poesía ha usado siempre, pero tiene una sensibilidad exquisita que se oculta, que tiene un poco de pudor de mostrarse. Se oculta para no ser herida. Es un poeta transido de amor. En el mejor sentido es un poeta romántico transparente, es un poeta para gente triste. Rose no es un renovador de la poesía no es una persona que esté experimentando en la poesía. Pero no todos los poetas son experimentales, no es el mejor poeta el que experimenta más. Es mejor poeta creo yo, el que logra más".


Cada tarde te pierdo
como se pierde el tiempo,
o la esperanza.
Cada tarde, definitivamente,
te pierdo como se pierde la paciencia.
Cada tarde dices no.
Mueves la cabeza y dices no.
Mueves la tierra y dices no.
No mueves los labios y tu silencio dijo no.
Infatigablemente,
cada tarde,
mi café solitario obscurece el planeta




Imagen: www.rpp.com.pe

lunes, 22 de diciembre de 2008


La estupidez norteamericana (II)

En diciembre del 2005, el Wall Street Journal publicó un artículo laudatorio acerca del economista Ben Bernanke, actual presidente de la Reserva Federal de EE.UU. (la Fed). Allí decían que sus estudios sobre el crack financiero de 1929, de dimensiones parecidas a la actual crisis mundial del capitalismo, lo habían llevado a descubrir algo así como el "Santo Grial de la macroeconomía"; es decir, una suerte de propuesta o procedimiento milagroso, con que el capitalismo yanqui evitaría definitivamente repetir una crisis parecida al terremoto financiero de 1929. Bueno, pues, hoy tenemos a este "Indiana Jones" de la economía lidiando con una catástrofe económico financiera semejante a la de 1929 y su "Santo Grial" no sirve para nada y ha tenido que recurrir a las viejas recetas keynesianas para que el Estado saque de la crisis a EE.UU. y resuelva la catástrofe que el "dios mercado" no puede solucionar. Seguidor del simplón economista Milton Friedman, este Bernanke en sus estudios sobre la Gran Depresión de 1929, acusaba al Estado de ser el causante del desbarajuste. Por tanto, no sería extraño que hoy esté encubriendo a los codiciosos delincuentes (banqueros, empresarios, especuladores, funcionarios, etc.) que son los verdaderos responsables de estas crisis. Veamos qué dice el Wall Street Journal del 07.12.05 en el artículo titulado "Cómo la gran depresión del 29 forjó la visión económica del nuevo jefe de la Fed".


"En 1983, Mark Gertler preguntó a su amigo y colega economista Ben Bernanke por qué empezaba su carrera estudiando la Gran Depresión. 'Si quieres entender la geología, tienes que estudiar los terremotos', respondió Bernanke, según recuerda Gertler. 'Si quieres entender la economía, tienes que estudiar la peor calamidad que azotó a la economía de Estados Unidos y el mundo' ".


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"Durante décadas, muchos economistas pensaron que la depresión fue la consecuencia inevitable del exceso de inversión y especulación de los años 20, que culminó con la caída de la bolsa en octubre de 1929. Ese punto de vista se reforzó con el libro que John Kenneth Galbraith publicó en 1955 titulado La Gran Crisis de 1929.
Milton Friedman y Anna Schwartz desafiaron esta explicación en 1963. En su libro Historia Monetaria de Estados Unidos argumentan que la Depresión estaba lejos de ser inevitable y que fue causada por una Fed 'inepta'. Primero, decían, la Reserva Federal fue imprudente al elevar las tasas de interés en 1928 para terminar con la ola especulativa en Wall Street. Ello provocó la recesión del año siguiente, que precipitó el desastre. Después, la Fed permitió que miles de bancos quebraran, lo que redujo el suministro de dinero. El banco central pensaba que las bancarrotas bancarias eran una consecuencia natural de su especulación excesiva de los años 20. Además, temía que al bajar las tasas de interés los extranjeros podrían deshacerse de sus reservas en dólares, con lo que se debilitaría el vínculo de la moneda estadounidense con el oro.
Bernanke leyó ese libro siendo un estudiante en Harvard a principios de los años 70. 'Me volví adicto, y desde entonces he estudiado la economía monetaria y la historia económica', recordó en una conferencia en 2002, que celebrara los 90 años de Milton Friedman: 'En lo que respecta a la Gran Depresión, usted tenía razón. Nosotros la causamos. Y lo sentimos mucho. Pero, gracias a usted, no lo volveremos a hacer' ".




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"Puede que como presidente de la Fed Bernanke no hable mucho de la deflación y la Gran Depresión, pero es improbable que el tema se aleje de su mente. En 2000 empezó a escribir un libro titulado Age of Delusion: How politicians and central bankers created the Great Depression (algo así como: La falsa ilusión: cómo los políticos y banqueros centrales crearon la Gran Depresión). Bernanke esperaba que su teoría desplazara la de Gailbraith en 1955, que ha sido la que más ha influenciado el punto de vista de los estadounidenses respecto a la Gran Depresión, dice Jack Repcheck, editor de W.W. Norton & Sons, una editorial de Nueva York.

Bernanke sólo alcanzó a escribir a escribir 120 páginas, cuando tuvo que someterse a las restricciones de su cargo como miembro de la Fed. Ofreció devolver el adelanto en dinero que la editorial le había pasado. Repcheck rehusó aceptarlo. 'Cuando sea que se decida a dejar su servicio público, ahí lo querríamos publicar', dice el editor".




P.D. Después del desastre financiero que actualmente vive el capitalismo, donde Bernanke no ata ni desata, ¿querrá el editor publicarle su "Santo Grial"?


Imágenes: fsocial1.blogspot.com,tydw.wordpress.com



martes, 9 de diciembre de 2008


La estupidez norteamericana (I)

Edmund Burke, político y escritor inglés del siglo XVIII, dijo que el primer derecho de todo hombre en una sociedad civilizada es el derecho de verse protegido contra las consecuencias de su propia estupidez. EE.UU., después de su fracaso en Vietnam se metió en el atolladero de Irak; y después del crac financiero de 1929, hoy está metido en términos parecidos en el crac hipotecario del 2008. A continuación un texto publicado en 1983 por Selecciones del Reader's Digest, a propósito de la inauguración de un monumento conmemorativo de los ex combatientes de Vietnam.



Como la guerra misma, el monumento es menos de lo que merecían los caídos. Se trata de un monumento que, en rigor, no lo es; conmemora una guerra que, técnicamente, no fue tal. Aquel conflicto bélico no tuvo principio ni fin oficiales; sólo un primer muerto y un último muerto. Su significado más profundo se encuentra en el destino de quienes en ella combatieron y que, junto con sus familias, pronta y espontáneamente le dieron ese mismo significado al monumento. Con actos incontables de emoción pura, trataron de completar un monumento que parecía incompleto. Colocaron en él rosas y fotografías de sus hijos y hermanos muertos en combate; lo tocaron constantemente y lo humedecieron con sus lágrimas. Mas aún faltaba algo; algo especial.

Los ex combatientes, al reunirse el pasado mes de noviembre, acabarían por resolver el problema; pero una cosa no podrían corregir: los nombres que hablan más directamente de la guerra no están grabados allí. Que yo sepa, no aparecen los de hijos o nietos de los políticos que urdieron la guerra, ni de los congresistas que aprobaron las asignaciones presupuestarias para que siguiera adelante. La guerra dividió al país, sobre todo introduciendo una cuña entre los que fueron y los que se quedaron.

Tal dicotomía fue cuestión de clases sociales. En mi pelotón de Infantería de Marina había negros del sur, hombres de minorías étnicas de Chicago y Boston, montañeses de los Apalaches, mexicano-norteamericanos procedentes de Texas, y un indio al que llamábamos "el Jefe". Su edad promedio no llegaba a los veinte años y sólo unos cuantos habían terminado la enseñanza secundaria. Eran un muestrario de la clase obrera del país. Ningún muchacho de mi pelotón era hijo de médico, abogado, hombre de negocios, político ni profesor universitario. Casi todos los jóvenes bien preparados conocían las estratagemas para evitar ir a la guerra; en cambio, los menos privilegiados combatieron y murieron.

Fue una guerra librada, con pocas excepciones, por compañías y pelotones, por reclutas y suboficiales. Los coroneles y los generales vivían en casas provistas de aire acondicionado, en la seguridad de la retaguardia. Dormían en camas de verdad, entre sábanas auténticas, y comían exquisitos manjares llevados desde Japón y Filipinas; iban en avión a la guerra, por la mañana, y regresaban a tiempo de comer. La guerra no tuvo ningún propósito que pudieran comprender quienes lucharon en ella. No hubo avances espectaculars hacia el Rin, ni grandes misiones; nada que hiciera a uno sentirse identificado con aquello. Al terminar sus 365 días de servicio, cada soldado se iba a casa, y la guerra continuaba, comenzando para los recién llegados tal como había terminado para los que partían. Eso era absurdo. En semejantes circunstancias, la verdadera misión de mi pelotón no estaba relacionada con ninguna orden superior. Nuestra misión consistía en sobrevivir.

Los que combatieron en Vietnam comprendieron esta realidad: estás solo, y nadie más comparte tu experiencia ni se preocupa por ella; nadie... sólo tus compañeros. Únicamente ellos importan. Y así surgió en las unidades de combate un sentido de compromiso y amor entre los hombres que vivieron, rieron, padecieron y murieron juntos. Cada quien tomaba turno para guiar a los otros hacia lo ignoto de la selva, o se arrastraba para rescatar a los heridos. No lo hacía por la patria, sino por sus compañeros.

Cierta noche, en la retaguardia, un comandante ebrio, tras andar de juerga con unas cantantes filipinas, se acercó al micrófono del radiotransmisor y me ordenó enviar patrullas a una zona infestada de norvietnamitas. "Maten a unos cuantos", repetía. Habría sido un suicidio. Así, pues, simulamos las patrullas en nuestros radios, hablándonos unos a otros como si estuviésemos cruzando ríos, subiendo colinas, tomando nuevas posiciones. No íbamos a arriesgar nuestras vidas por él; por nuestros compañeros, sí; pero no por él.


Broyles, W. "La paz sea con vosotros". En Selecciones del Reader's Digest, Nº 511, junio de 1983



Imágenes: newtonevans.blogspot.com, envozalta.zoomblog.com

jueves, 20 de noviembre de 2008


El Nuberu
(Leyenda cantábrica)

Nadie sabe exactamente cómo es el Nuberu. A veces se muestra como un ser maléfico que provoca tormentas y desata las lluvias; otras veces presenta su lado bueno y previene las catástrofes. Puede ser un enano o un gigante; un feo viejecito o un descomunal ogro que vive entre las nubes.

Se pasea por todo el mundo y en el Egipto, por ejemplo, su nombre es Xuan Cabritu, tiene hijos, esposa y criado. En las brañas occidentales de Iberia, los vaqueros de la región lo llaman Renubeiro o Escolar. Es que aquí solo vive en primavera y otoño, cuando los niños pueblan las escuelas y las campanas llaman al estudio todos los días. No se lleva bien con el Sol y sale todo chamuscado del cielo sin nubes del verano.

Cuando está en su mejor forma, el Nuberu es aquel que va caminando de nube en nube, haciendo que éstas suelten todo el agua y el granizo que llevan en su vientre, provocando desdicha y desastres. Además, arrastrando truenos y relámpagos va por todos lados, descargando su ira y su enfado.

El Nuberu, en algunos momentos aparece transformado en un pequeño y deforme viejecillo. Otras veces, lo hace como un ser de gran tamaño capaz de cargar las nubes negras y hacerlas chocar; provocando rayos que matan a la gente en medio de truenos y relámpagos.

Es tan feo que tiene que ponerse un sombrero de alas anchas y usar barbas descomunales que le tapan casi toda la cara. Se viste con pieles, para bajar a la tierra y ver el resultado de sus hazañas. Las hace por las mañanas, provocando caos y tempestades; luego regresa a sus nubes, llevando lagartos y culebras.

Como es olvidadizo, algunas nubes se le escapan y lo van llevando de un lado para otro, por lo que tiene que pedir asilo en casas, cuevas o cabañas que encuentra en el camino.

El Nuberu, además de cargar tormentas, truenos y relámpagos, se asocia a la niebla y los aludes para cegar a la gente, e interrumpir los caminos. Es un malgeniado que odia al humo del laurel y del romero; detesta las hachas con el filo hacia arriba, a las velas benditas, a las palas de hornear y a los trebedes puestos al revés.

También se pone furioso cuando ve trazar una cruz a los cuatro vientos con el ara de la iglesia; o cuando escucha cantar en forma repetida la canción de Santa Bárbara bendita.

No le gusta el tañido de las campanas y tiene especial odio a los curas porque estos, al hacer sonar las campanas, le lanzan un conjuro que va diciendo:

Detente ñube y ñublau
que Dios pué más qu' el diañu.
Detente ñube , detente, tú
que Dios pué más que tú.

Pero el Nuberu tiene en la tierra sus legítimos descendientes que se llaman nuberos; son los que creen y adoran a estos hacedores de tormentas y al espíritu que los anima. En toda Asturies hay noticias del Nuberu.



Adaptado y editado por Aicum



Imágenes: recuerdodeunpoeta.blogspot.com,whoablackbetty.wordpress.com

La mujer y los niños de la higuera
(Leyenda masai)


Los masai son un pueblo de raza nilótica que habita en Kenia y Tanzania, en el área del Valle del Rift. Está constituido por pastores nómadas organizados en clanes patriarcales gobernados por un jefe religioso llamado laibón. Antiguamente fue un pueblo belicoso, que educaba a sus jóvenes para la guerra.



Había una vez una mujer que vivía muy triste por que no tenía esposo ni hijos. Un día fue a visitar a un médico-brujo y le contó que estaba muy apenada porque se volvería vieja y no tendría esposo ni hijos. El hombre le preguntó qué es lo que más quería, si un esposo o un hijo, a lo que la mujer respondió que un hijo. Entonces, el médico-brujo preparó un hechizo y le dijo a la mujer que tomara todas las ollas que pudiera para llenarlas con los frutos de cierta higuera que había por ahí, y que luego debería llevar los higos a su casa, guardarlos y salir y no regresar hasta la noche. La mujer hizo todo lo que le había recomendado el médico-brujo, y al regresar a su casa en la noche encontró que su hogar estaba lleno de niños y niñas. Ellos habían terminado los quehaceres de la casa, habían guardado el rebaño, y la esperaban para saludarla.



Así, de pronto, la mujer se convirtió en madre y vivió muy feliz junto a sus nuevos hijos. Pero un día, la mujer se molestó con los niños y les gritó que eran unos recogidos, que ella los había sacado de un árbol. Los niños se pusieron muy tristes y no le hablaron en todo el día. Cuando la mujer salió a visitar a unos amigos, los niños volvieron a la higuera y se convirtieron de nuevo en higos. Al regresar, la mujer encontró su casa vacía y empezó a llorar amargamente. Desesperada quiso recuperar a sus niños y regresó con sus ollas a la higuera, pero todos los frutos que recogía se le pudrían en las manos. La mujer tuvo que resignarse a quedarse sola y sin hijos por el resto de su vida.


Adaptado y editado por Aicum


Ilustraciones: ojodigital.com, afriart.biz

jueves, 23 de octubre de 2008


Lectura, crítica y costumbres literarias

Desde la antigüedad y la época medieval ha variado significativamente la forma de leer, de componer y de ejercer la crítica literaria. Antes del predominio de la palabra impresa, la oralidad y el manuscrito eran preponderantes y los productos literarios se sometían directamente al juicio del público. Por eso, leer en voz alta a Homero o a Dante puede ser más agradable que leerlos silenciosamente.


- I -

No es probable que alguien discuta la afirmación de que la invención de la imprenta y el desarrollo del arte de imprimir marcan una fecha decisiva en la historia de la civilización. Pero no se aprecia tan fácilmente el hecho de que nuestra asociación con lo impreso ha trasformado nuestras opiniones sobre el estilo literario y artístico, ha introducido ideas relacionadas con la originalidad y la propiedad literaria de las que poco o nada se sabía en la edad del manuscrito, y ha modificado los procesos psicológicos mediante los cuales empleamos palabras para la comunicación del pensamiento. Aquellos que comienzan a leer y criticar la literatura medieval, no siempre se dan cuenta de la anchura del golfo que separa la edad del manuscrito de la edad de la imprenta. Cuando tomamos la edición impresa de un texto medieval, provista de una introducción, un aparato crítico de lecturas variantes, notas y glosario, traemos inconscientemente a su lectura aquellos prejuicios y predisposiciones que años de contacto con lo impreso han hecho habituales. Olvidamos con gran facilidad que estamos tratando con la literatura de una época en que las normas ortográficas variaban, y la corrección gramatical no se estimaba demasiado; en que el lenguaje era fluido y no se consideraba necesariamente como un indicio de la nacionalidad; en la que estilo significaba la observación de rígidas y complicadas reglas retóricas. Copiar y hacer circular el libro de otro hombre pudo ser considerada, en la edad del manuscrito, una acción meritoria; en la edad de la imprenta, acto tal provoca demandas judiciales y daños. Los escritores que desean obtener algún provecho divirtiendo al público, escriben hoy en prosa, en la mayor parte; hasta mediados del siglo XIII, solamente el verso era escuchado. De aquí que, si ha de emitirse un juicio honesto sobre las obras literarias correspondientes a los siglos anteriores a la invención de la imprenta, ha de hacerse algún esfuerzo para comprender la amplitud de los prejuicios bajo los que hemos crecido, y para resistir la involuntaria demanda de que la literatura medieval debe atenerse a las normas de nuestro gusto, o ha de considerarse como cosa de puro interés histórico. En palabras de Renan, "la esencia de la crítica está en saber comprender los estados muy diferentes a aquel en que vivimos" (pág. 1).

Chaytor, H.J. From Script to Print, citado por McLuhan, M. La galaxia de Gutenberg



- II -



Puede decirse que toda la literatura clásica era concebida como una conversación con un auditorio, como una alocución a él dirigida. El drama antiguo es significativamente distinto del moderno porque las obras representadas a la brillante luz del sol ante 40 000 espectadores no pueden ser como las obras representadas ante 400 en una sala obscurecida. De un modo similar, un escrito redactado para que sea declamado en un festival no puede ser como un escrito pensado para que sea leído por un estudioso enclaustrado. La poesía, en particular, muestra que todas sus variedades estaban destinadas a la presentación oral. Incluso los epigramas representan un donaire vocal dirigido al transeúnte ("Vete, extranjero", u otros similares), y algunas veces, como en algunos de los epigramas de Calímaco y sus imitadores, el núcleo se considera como portador de un breve diálogo con el transeúnte. La épica homérica estaba, desde luego, destinada a la lectura en público, y mucho después que la lectura se hizo común, los rapsodas hicieron una profesión de la recitación épica. Pisístrato, que tuvo algo que ver (no sabemos cuánto) con la regularización del texto de Homero, instituyó también la lectura pública de sus poemas en las fiestas panateneas. De Diógenes Laercio aprendemos (1.2.57) que "Solón estipuló que las recitaciones públicas de Homero siguiesen un orden establecido; y así, el segundo recitador debía continuar desde el lugar donde el primero se había interrumpido".

No menos que la poesía, se representaba oralmente la prosa, como sabemos por informes relativos a Herodoto y otros, y la práctica de la presentación oral afectó la naturaleza de la prosa como afectó la poesía. La elaborada preocupación por el sonido, que caracteriza las primeras producciones de Gorgias, no hubiese tenido sentido a menos que sus composiciones estuviesen destinadas a la recitación. Fue el refinamiento que le dio Gorgias lo que permitió a Isócrates mantener que la prosa era la legítima heredera de la poesía, y que debía reemplazarla. Críticos posteriores, como Dionisio de Halicarnaso, juzgaron a los historiadores con el mismo calibre que la oratoria e hicieron comparaciones entre sus obras sin concesiones por lo que habríamos de considerar diferencias necesarias en el género.


Hadas, M. Ancilla to Classical Reading, citado por McLuhan, M. La galaxia de Gutenberg




- III -




Nadie más ajeno a lo medieval que el lector moderno, que resbala la mirada sobre los titulares del periódico y la hace descender por las columnas rebuscando cuestiones de interés, disparado a través de las páginas de cualquier disertación, para descubrir si merece la pena de una más detenida consideración, y detenido para captar el tema de una página en unas cuantas ojeadas rápidas. Ni nada más ajeno a lo moderno que la capaz memoria medieval que, sin el obstáculo de las asociaciones de lo impreso, podía aprender una lengua extraña con facilidad y con los mismos métodos que un niño, y podía retener y repetir largos poemas épicos y elaborados poemas líricos. Por tanto, hemos de subrayar al principio dos cuestiones. El lector medieval, con pocas excepciones, no leía como nosotros lo hacemos; se hallaba al nivel de nuestros balbucientes niños que aprenden; cada palabra era para él una entidad separada y, a veces, un problema que se musitaba a sí mismo cuando le había hallado solución; este hecho es una cuestión de interés para aquellos que editan los escritos de aquella época. Además, como los lectores eran pocos, y muy numerosos los que podían escuchar, la literatura de aquellos primeros tiempos se producía en gran parte para la recitación en público; de aquí que tuviese un carácter retórico más que literario, y su composición estaba gobernada por las reglas de la retórica.


Chaytor, H.J. ob. cit en McLuhan, M. La galaxia de Gutenberg




- IV -



Si un autor deseaba saber si su obra era buena o mala, la probaba ante un auditorio; si era aprobada, pronto seguían imitadores. Pero los autores no se veían constreñidos por modelos o sistemas... el auditorio quería una historia con mucha acción y movimiento; la historia, en general, no demostraba gran dominio en el trazo de caracteres; eso se dejaba al recitador, que retrataba con cambios de voz y gesto.

Chaytor, H.J. ob. cit.
- V -



... en la Edad Media, como en la antigüedad, usualmente leían no como hoy, principalmente con los ojos, sino con los labios, pronunciando lo que veían, y con los oídos escuchando las palabras pronunciadas, oyendo lo que se llama la "voz de las páginas". Es realmente una lectura acústica; legere significa al mismo tiempo audire; sólo se comprende lo que se oye, como todavía hoy decimos "entendre le latin", que significa "comprenderlo". Sin duda que la lectura en silencio, en voz baja, no era desconocida; en este caso se designaba con expresiones como la de San Benito: tacite legere o legere sibi, y de acuerdo con San Agustín: legere in silentio, como opuesto a la clara lectio. Pero, con mayor frecuencia, cuando legere y lectio se emplean sin más explicaciones, significan la actividad que, como el canto y la escritura, requiere la participación de todo el cuerpo y de toda la mente. Los médicos de la antigüedad solían recomendar la lectura a sus pacientes como ejercicio físico a un mismo nivel que el paseo, la carrera o el juego de pelota. El hecho de que el texto que se iba componiendo o copiando se escribía frecuentemente al dictado en voz alta, sea a sí mismo o a un secretario, explica satisfactoriamente los errores, debidos aparentemente al oído, de los manuscritos medievales; el empleo del dictáfono produce hoy errores similares.
Leclerq, J. The Love of Learning and the Desire for God, citado por McLuhan, M.



Actualmente, los chinos aún escriben sus poemas en concordancia con determinadas melodías. Por ejemplo, Oda a la Flor del Ciruelo, según la melodía Pu Suan Tsi. Sobre esta relación de música y poesía presentamos la opinión de Gerard Manley Hopkins, poeta británico del siglo XIX. Refiriéndose a su poema Spel from Sybil's Leaves, dice:

"De este largo soneto recordad sobre todo lo que es válido en todos mis versos; que está hecho, como todo arte vivo debe estarlo, para ser representado, y que su representación no es leerlo con los ojos, sino en alto, despaciosamente, en recitación poética (no retórica), con largas pausas, largas detenciones en las rimas y en otras sílabas marcadas, y así sucesivamente. Este soneto debería ser cantado: está cuidadosamente medido en tempo rubato".


Imágenes: monografias.com, elsotanodelconocimiento.wordpress.com, olmo.pntic.mec.es

martes, 14 de octubre de 2008


El raje

La opinión ilustrada de Marco Aurelio Denegri sobre el significado de una de las actividades más comunes y detestables del ser humano, resultado de la hipocresía que abunda en nuestra vida social.




Maledicencia es la acción y efecto de hablar mal de alguien y desacreditarlo. Equivale por lo general a raje y éste a murmuración, en la tercera acepción de murmurar, esto es, hablar de un ausente, censurando sus acciones.

El chisme, desde luego, se relaciona también con la murmuración, el raje y la maledicencia. ¿Qué es el chisme? Según la Academia: "Noticia, o comentario, verdadero o falso, con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras, o se murmura de alguna".

Carlos Alberto Seguín decía que el vocablo chisme tenía el mismo origen griego de cisma y esquizofrenia, voces procedentes de schizo-, y éste de schizein, que en griego significa cortar, separar, dividir. Por eso la Academia dice que el chisme pretende indisponer a unas personas con otras, separarlas, enfrentarlas, desunirlas, desarmonizar su relación. Pero no siempre es ésa la intención del chisme, ni tampoco el chisme es exactamente lo mismo que el raje, ni el raje equivale precisamente a la murmuración. Pero claro está que todos estos conceptos se emparientan muy estrechamente. El concepto central es el de hablar mal de un ausente, censurándolo y desacreditándolo. Esta maledicencia alcanza en el raje una intensidad y violencia que la murmuración y el chisme no tienen. Nótese que rajar, en sentido recto, es dividir en rajas, y raja es cada una de las partes de un leño que resulta de abrirlo con un hacha. Rajar es, pues, hender, partir, abrir. El raje es por lo tanto hiriente y vulnerativo. La murmuración y el chisme pueden ser y de hecho son molestos e incomodantes, pero ni la una ni el otro tienen la violencia denigrativa y pulverizante del raje.



Sostengo -y en serio- que el raje nos es necesario. ¿Por qué? Porque nos permite expresar lo que las convenciones sociales normalmente no nos permiten. Por ejemplo, las convenciones sociales no permiten la absoluta franqueza en el trato con los demás, pues ello traería consigo mil y uno problemas y dificultades. Cuentan los biógrafos de Émile Zola que el haber sido este gran novelista tan franco y directo en sus relaciones con los demás, le ocasionó muchos contratiempos. Cuando le presentaban a alguien y él advertía que se trataba de un estúpido, interrumpía inmediatamente el diálogo y le decía a su interlocutor: "Señor, no puedo seguir hablando con usted, porque usted es un estúpido". Nosotros, en la vida diaria, no podemos tener esa franqueza, porque estaríamos peleando todo el día. Pero en el raje nos desquitamos y decimos: "Ah, ¿fulanito? Bueno, ése es un estúpido".

El raje es pues útil. Es un desahogo ante las restricciones e imposiciones de la vida social. Y a veces no es ocasional, sino solencia. Tal el caso del escritor venezolano Rufino Blanco Fombona (1874-1944), que se despachó a gusto cuando hubo de entrevistarlo el poeta arequipeño Alberto Guillén (1897-1934).

"-¿Qué le parece Linares Rivas? -le preguntó Guillén.
"- El más mediocre de los mediocres.
"- ¿Y Palacio Valdés?
"- Un Linares Rivas de la novela. Ambos sirven para uso de las señoritas de la clase media, que es media en todo. Ni Palacio Valdés ni Linares Rivas son de una estupidez absoluta; son peor que eso: son mediocres.
- "Y Sanchiz, ¿qué opinión le merece?
"- Ninguna. Yo puedo ver, aun sin quererlo, a un corpúsculo como Linares Rivas, pero mis lentes no son microscopios para descubrir microbios" (Alberto Guillén, La linterna de Diógenes. "La Aurora Literaria, 1923, 134-135).



Denegri, Marco Aurelio. El raje. En Suplemento Domingo del diario La República (Lima-Perú)
Imágenes: blog.pucp.edu.pe

lunes, 13 de octubre de 2008


La inteligencia del hombre analfabeto

Quizá la más valorada de las cualidades humanas, la inteligencia tiene diversas definiciones. La mejor de ellas es la siguiente: capacidad de resolver problemas.



El hombre analfabeto lanza la red de su pensamiento sobre el mundo todo. La mitología y la religión puede que estén estrechamente relacionadas, pero en donde la una se desarrolla de la vida diaria del hombre, la otra surge de su preocupación por lo sobrenatural. Y así es con su concepto del mundo, que estará compuesto de elementos seculares, religiosos, mitológicos, mágicos y experimentales, todos unidos en uno.

La mayor parte de los pueblos analfabetos es extremadamente realista. Se sienten muy inclinados a poner el mundo bajo su control, y muchas de sus prácticas están proyectadas para asegurar que la realidad se producirá de acuerdo con su mandato. En la convicción de que los espíritus están de su parte, un hombre puede hacer entonces todos los preparativos para el buen éxito de una expedición. Obligar a la realidad para que haga lo que uno le manda, manipulándola en la forma prescrita, es una parte de la realidad para el anafabeto.

Es preciso comprender que los pueblos analfabetos se identifican a sí mismos con el mundo en que viven mucho más intensamente que lo hacen los pueblos civilizados. Cuanto más "civilizada" se hace una persona, tanto más tiende a separarse del mundo en que vive.

Para los analfabetos, lo que ocurre es la realidad. Si las ceremonias previstas para aumentar la natalidad de los animales y la cosecha de plantas se ven seguidas de tal aumento, no sólo las ceremonias están relacionadas con el aumento, sino que son parte de él; porque, sin las ceremonias, el aumento de animales y plantas no se habría producido -éstas son las razones del analfabeto-. No es que el analfabeto se caracterice por tener una mente ilógica; su mente es perfectamente lógica y la emplea muy bien, ciertamente. Un hombre blanco y educado que se encontrase súbitamente trasladado al desierto central australiano no es probable que durase mucho tiempo. En cambio, el aborigen australiano se las compone muy bien. Los aborígenes de todos los países han hecho ajustes en su medio ambiente que indican, más allá de toda duda, que su inteligencia es de un orden superior. Lo inconveniente en el analfabeto no es que no sea lógico, sino que aplica la lógica con demasiada frecuencia, muchas veces sobre la base de premisas insuficientes. Generalmente supone que los sucesos asociados están relacionados causalmente. Pero ésta es una falacia que comete continuamente la mayoría de las gentes civilizadas, ¡y aún se sabe que ocurre entre científicos muy preparados! Los analfabetos tienden a adherirse muy rígidamente a la ley de asociación y causación, pero la mayor parte de las veces es operante, y, según la ley pragmática, lo que es operante se tiene por verdadero.



Nada estaría más lejos de la verdad que la idea de que los analfabetos son completamente crédulos, criaturas dominadas por la superstición y el miedo, sin capacidad ni oportunidad alguna para pensar con independencia y originalidad. A más del buen sentido del caballo, el analfabeto demuestra usualmente mucho sentido práctico basado en la apreciación de las duras realidades de la vida.


Ashley Montagu, Man, His First Million Years,
citado por Mc Luhan, M. (1985). La galaxia de Gutenberg. México: Origen/Planeta.

miércoles, 17 de septiembre de 2008


Máquinas de escribir

Mucho se ha hablado de las ventajas que ha traido la computadora al mundo de la educación, del periodismo, de la literatura, etc. Pero este invento también tiene sus detractores, quienes coinciden de manera unánime en que la famosa PC ha contribuido con la superficialidad, mediocridad y banalidad que campea en una sociedad que, como dice Sartori, ya no es sapiens sino simplemente videns. Leamos el homenaje del periodista peruano César Hildebrandt a las máquinas de escribir.



Leo en el blog madrileño de Fernando Sánchez Dragó -que es premio Planeta y todo, por si acaso- que el fastuoso Francisco Umbral nunca usó una computadora para escribir porque estaba seguro de que en ese teclado silencioso su estilo habría cambiado.

Sánchez Dragó añade que nunca supo de dónde podía venir el prejuicio de Umbral, pero lo cierto es que el autor de "Mortal y rosa" le fue fiel a su Olivetti con la misma pasión con la que le fue infiel a todas las mujeres que pasaron por su ego y se chamuscaron en su rápido olvido.

La verdad es que yo tengo en mi sala -y ahora como decoración nostálgica- una Underwood de los años 20 del siglo pasado y ese es mi homenaje a las máquinas de escribir.

No sé si el estilo tendrá algo que ver con el clamor de yunque de una Olympia aporreada con dos dedos -el índice de la mano izquierda y el medio de la derecha-, pero la verdad es que a veces extraño esa máquina que en "Caretas" me esperaba con su aspecto de Eva Braun dispuesta a todo.



En casa, después de dar de baja a una Underwood que me regaló mi padre, me compré una Olivetti portátil con estuche verde. Sonaba menos que la teutona Olympia y era veloz y clara en su tipografía, pero era también frágil y había que repararla cuando se la castigaba a parrafadas.

La ventaja sentimental de una máquina de escribir era que solo servía para escribir. Esa humildad de miras, ese apego bruto a un solo cumplimiento, esa especificidad inexorable, hacía que aquel aparato se asociase al acto de escribir de un modo que una computadora jamás conocerá. Y a ratos daba la impresión de que, una vez puesto el ritmo de crucero, la máquina se adelantaba al encargo que pensabas darle.

Una computadora es una hembra emancipada de altísimas cualidades. Es una CEO que a veces, por afición, puede escribir. Una máquina de escribir, en cambio, era una maruja con ruleros que barría el porche y hacía el pesto con su pizca de espinaca.

Uno usa a las computadoras. A las máquinas de escribir se las amaba.


Y la batalla de las teclas golpeando sobre el rodillo era parte de cierto código violento que, quizá, expresaba una voluntad de énfasis y un clima de tormenta creativa. Como que uno no se puede imaginar los Trópicos de Henry Miller escritos en un teclado con sordina.

En la película sobre el caso Watergate -"Todos los hombres del presidente"- todavía se puede ver lo que era una redacción poblada de esos tanques que disparaban palabras y que, en un comienzo, se llamaron dactilógrafos. Blanqueada por la luz de neón, esa sala del Washington Post donde se escribió la historia final de Nixon era un solo ambiente lleno de Olympias dispuestas a tolerar el frenesí y la histeria de los cierres.

Los chicos de hoy llaman al Office Word y escriben pianísticamente. Y la pregunta que me hago, en honor de Umbral, es esta: ¿Se hubiera llegado a ser tan light (como se es ahora) machacando una máquina de escribir con la cinta negra rota en algunos tramos? ¿Habría llamado Umbral imparciales a los relojes y habría descrito "la lenta majestad de los tapices" en el teclado de eso que en España llaman, espantosamente, ordenador?





La Primera (Lima-Perú), 15.09.08
Imágenes: todocoleccion.net, mundoanuncio.com,
reflexionesdeunjupiteriano.blogspot.com

jueves, 28 de agosto de 2008


Sobre literatura hispanoamericana: uruguayos, peruanos y chilenos


En diferente función, los textos que vienen a continuación han sido protagonizados por dos escritores chilenos: Neruda y Donoso; dos uruguayos: Benedetti y Onetti, y dos peruanos: Vallejo y Alegría. En el fondo de uno de ellos se deja notar la sombra del crítico Emir Rodríguez Monegal: uruguayo. Leamos.





Vallejo y Neruda: dos modos de influir


Hoy en día parece bastante claro que en la actual poesía hispanoamericana, las dos presencias tutelares se llaman Pablo Neruda y César Vallejo. No pienso meterme aquí en el atolladero de decidir qué vale más: si el caudal incesante, avasallador, abundante en plenitudes, del chileno, o del lenguaje seco a veces, irregular, entrañable y estallante, vital hasta el sufrimiento, del peruano. Más allá de discutibles o gratuitos cotejos, creo sin embargo que es posible relevar una esencial diferencia en cuanto tiene relación con las influencias que uno y otro ejercieron y ejercen en las generaciones posteriores, que inevitablemente reconocen su magisterio.


En tanto que Neruda ha sido una influencia más bien paralizante, casi diría frustránea, como si la riqueza de su torrente verbal solo permitiera una imitación sin escapatoria; Vallejo, en cambio, se ha constituido en motor y estímulo de los nombres más auténticamente creadores de la actual poesía hispanoamericana. No en balde la obra de Nicanor Parra, Sebastián Salazar Bondy, Gonzalo Rojas, Ernesto Cardenal, Roberto Fernández Retamar y Juan Gelman, revelan, ya sea por vía directa, ya por influencia interpósita, la marca vallejiana; no en balde, cada uno de ellos tiene, pese a ese entronque común, una voz propia e inconfundible. (A esa nómina habría que agregar otros nombres como Idea Vilariño, Pablo Armando Fernández, Enrique Lihn, Claribel Alegría, Humberto Megget o Joaquín Pasos que, aunque situados a mayor distancia de Vallejo que los antes mencionados, de todos modos están en sus respectivas actitudes frente al hecho poético más cerca del autor de Poemas Humanos que del que Residencia en la Tierra).




Es bastante difícil hallar una explicación verosímil a ese hecho que me parece innegable. Sin perjuicio de reconocer que, en poesía, las afinidades eligen por sí mismas las vías más imprevisibles o los nexos más esotéricos, y unas y otros suelen tener poco que ver con lo verosímil, quiero arriesgar sobre el mencionado fenómeno una interpretación personal.


La poesía de Neruda es, antes que nada, palabra. Pocas obras se han escrito, o se escribirán, en nuestra lengua, con un lujo verbal tan asombroso como las dos primeras Residencias o como algunos pasajes del Canto General. Nadie como Neruda para lograr un insólito centelleo poético mediante el simple acoplamiento de un sustantivo y un adjetivo que antes jamás habían sido aproximados. Claro que en la obra de Neruda hay también sensibilidad, actitudes, compromiso, emoción, pero (aun cuando el poeta no siempre lo quiera así) todo parece estar al noble servicio de su verbo. La sensibilidad humana, por amplia que sea, pasa en su poesía casi inadvertida ante la más angosta sensibilidad del lenguaje; las actitudes y los compromisos políticos, por detonantes que parezcan, ceden en importancia frente a la actitud y el compromiso artísticos que el poeta asume frente a cada uno de sus encuentros y desencuentros. Y así con la emoción y con el resto. A esta altura, yo no sé qué es más creador en los divulgadísimos Veinte Poemas: si las distintas estancias de amor que le sirven de contexto, o la formidable capacidad para hallar un original lenguaje destinado a cantar ese amor. Semejante poder verbal puede llegar a ser tan hipnotizante para cualquier poeta-lector de Neruda, que si bien, como todo paradigma, lo empuja a la imitación, por otra parte, dado el carácter del deslumbramiento, lo constriñe a una zona tan específica que hace casi imposible el renacimiento de la originalidad. El modo metaforizador de Neruda tiene tanto poder, que a través de incontables acólitos o seguidores o epígonos, reaparece como un gen imborrable, inextinguible.


El legado de Vallejo, en cambio, llega a sus destinatarios por otras vías y moviendo quizás otros resortes. Nunca, ni siquiera en sus mejores momentos, la poesía del peruano da la impresión de una espontaneidad torrencial. Es evidente que Vallejo (como Unamuno) lucha denodadamente con el lenguaje y muchas veces, cuando consigue al fin someter la indómita palabra, no puede evitar que aparezcan en ésta las cicatrices del combate. Si Neruda posee morosamente a la palabra, con pleno consentimiento de ésta, Vallejo en cambio la posee violentándola haciéndole decir y aceptar por la fuerza un nuevo y desacostumbrado sentido. Neruda rodea la palabra de vecindades insólitas, pero no violenta su significado esencial; Vallejo, en cambio, obliga a la palabra a ser y decir algo que no figuraba en su sentido estricto. Neruda se evade pocas veces del diccionario; Vallejo, en cambio, lo contradice de continuo.






El combate que Vallejo libra con la palabra tiene la extraña armonía de su temperamento anárquico, disentidor, pero no posee obligatoriamente una armonía literaria, dicho sea esto en el más ortodoxo de sus sentidos. Es como espectáculo humano (y no solo como ejercicio puramente artístico) que la poesía de Vallejo fascina a su lector, pero una vez que tiene lugar ese primer asombro, todo el resto pasa a ser algo subsidiario, por valioso e ineludible que ese resto resulte como intermediación.


Desde el momento que el lenguaje de Vallejo no es un lujo sino disputada necesidad, el poeta lector no se detiene allí, no es encandilado. Ya que cada poema es un campo de batalla, es preciso ir más allá, buscar el fondo humano, encontrar al hombre, y entonces sí, apoyar su actitud, participar en su emoción, asistirlo en su compromiso, sufrir con su sufrimiento. Para sus respectivos poetas-lectores, vale decir para sus influidos, Neruda funciona sobre todo como un paradigma literario; Vallejo, en cambio, así sea a través de sus poemas, como un paradigma humano.


Es tal vez por eso que su influencia, cada día mayor, no crea sin embargo meros imitadores. En caso de Neruda, lo más importante es el poema en sí, en el caso de Vallejo, lo más importante suele ser lo que está antes (o detrás) del poema. En Vallejo hay un fondo de honestidad, de inocencia, de tristeza, de rebelión, de desgarramiento de algo que podríamos llamar soledad fraternal, y es en ese fondo donde hay que buscar las hondas raíces, las no siempre claras motivaciones de su influencia.


A partir de un estilo poderosamente personal pero de clara estirpe literaria, como el de Neruda, cabe encontrar seguidores sobre todo literarios que no consiguen llegar a su propia originalidad, o que llegarán más tarde a ella por otros afluentes, por otros atajos. A partir de un estilo como el de Vallejo, construido poco menos que a contrapelo de lo literario, y que es siempre el resultado de una agitada combustión vital, cabe encontrar, ya no meros epígonos o imitadores, sino más bien auténticos discípulos para quienes el magisterio de Vallejo comienza antes de su aventura literaria, la atraviesa plenamente y se proyecta hasta la hora actual.






Se me ocurre que de todos los libros de Neruda, solo hay uno Plenos Poderes, en que su vida personal se liga entrañablemente a su expresión poética. (Curiosamente, es quizá el título menos apreciado por la crítica, habituada a celebrar otros destellos en la obra del poeta; para mi gusto, ese libro austero, sin concesiones, de ajuste consigo mismo, es de lo más auténtico y valioso que ha escrito Neruda en los últimos años. Someto al juicio del lector esta inesperada confirmación de mi tesis: de todos los libros del gran poeta chileno, Plenos Poderes, a mi juicio, el único en que son reconocibles ciertas legítimas resonancias de Vallejo). En los otros libros, los vericuetos de la vida personal importan mucho menos, o aparecen tan transfigurados, que la nitidez metafórica hace olvidar por completo la validez autobiográfica. En Vallejo la metáfora nunca impide ver la vida; antes bien, se pone a su servicio. Quizá habría que concluir que en la influencia de Vallejo se inscribe una irradiación de actitudes, o sea, después de todo, un contexto moral. Ya sé que sobre esta palabra caen todos los días varias paladas de indignación científica. Afortunadamente, los poetas no siempre están al día con las últimas noticias. No obstante, es un hecho a tener en cuenta: Vallejo que luchó a brazo partido con la palabra pero extrajo de sí mismo una actitud de incanjeable calidad humana, está milagrosamente afirmado en nuestro presente, y no creo que haya crítica, o esnobismo, o mala conciencia, que sean capaces de desalojarlo.






Mario Benedetti. Letras del Continente Mestizo





Donoso contra Alegría: prólogo a El Astillero, de J.C. Onetti





Ejemplar en cambios de perspectiva dentro de la literatura latinoamericana fue el concurso internacional de 1941, al que se presentaron el peruano Ciro Alegría y el uruguayo Juan Carlos Onetti, ambos de 1909. El peruano se llevó el premio, con gran tralalá de declaraciones, periplos de conferenciantes intercontinentales y el beneplácito general para la nueva novela latinoamericana, que no temía examinar la realidad vernácula y denunciar errores y crueldades. Pero nuestra literatura, por ansiosa, por vital, por atropellada, es riquísima en omisiones, en escamoteos, en aparecidos y desaparecidos, en terremotos que bruscamente alteran la perspectiva: como resultado de una de estas catástrofes, el polvo ha ido cubriendo a Ciro Alegría hasta casi sepultar al vencedor, mientras Onetti, actual, flamante, sale tardíamente del territorio silencioso donde estuvo incubando los doce libros de ficción que constituyen su obra, para avanzar a alinearse junto a sus compañeros de generación, Cortázar, Lezama Lima, Rulfo, Sábato.


No es difícil comprender, por qué premiaron a Ciro Alegría y no a Onetti. La novela del peruano, realista, catastro de desgracias, injusticias, costumbres y paisajes, configura un cul-de-sac en que agoniza la vieja tradición de la novela latinoamericana: hace romanticismo bajo el disfraz de realismo, al tomar partido y denunciar; la excelencia literaria parece proporcional a la pasión y precisión con que el relato señala cosas importantes situadas fuera de él, en la historia, en la política, en la sociología, en las revoluciones, en la pampa, en la ciudad y en la selva, en las razas y los mitos. Como La Vorágine, Doña Bárbara, Los de Abajo, Don Segundo Sombra, la preocupación de Ciro Alegría es deslindar un sector de la realidad latinoamericana aceptada de antemano en términos de bien y mal, de útil e inútil, de blanco y negro. Es por eso que, cuando en el célebre concurso apareció la sombra de Onetti vestida de grises dudosos y mentirosos, no supieron premiarlo: se trataba de premiar una literatura de afirmación, no una literatura de ambigüedades inquietantes.






La sensibilidad del público lector debió tardar quince, veinte años en recorrer el camino que separa a un Mallea de un Borges, a un Ciro Alegría de un Onetti. Los primeros eran los que leíamos entusiasmados entonces. No es imposible que el péndulo, en su próximo vaivén, nos dice la necesidad de suplantar a Onetti y a Borges por nombres recién descubiertos, o nos indique que debemos volver a los viejos. En todo caso, desde el frágil pero apasionante punto de vista de hoy, existe esta extraña confluencia de las novelas más brillantes que una generación produjo tarde -Rayuela de Cortázar, El Astillero de Onetti, Paradiso de Lezama Lima, Sobre Héroes y Tumbas de Sábato- con la generación siguiente, García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa, formando el conglomerado de novelas de calidad que constituye este celebrado y vapuleado boom de la novela latinoamericana.






Nota final

Debe decirse que las opiniones de José Donoso están basadas en un estudio del crítico Rodríguez Monegal sobre Ciro Alegría. Este, ganó el concurso de 1941 con la novela El mundo es ancho y ajeno, considerada hoy, monumento de la literatura hispanoamericana. Y debe decirse, también, que en ese concurso Onetti concursó con su novela Tiempo de abrazar, que el propio autor decidió dejar inédita, quizá por considerarla fallida o mediocre. Sea como fuere, tanto Alegría, como Onetti y Donoso son considerados hoy grandes autores de las letras hispanoamericanas.




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martes, 5 de agosto de 2008


El número y los animales

La percepción o sentido de las formas y cantidades no es privilegio exclusivo de los humanos, también lo tienen los animales, aunque de modo limitado. Lo que aquí queremos hacer ver es que la matemática surge como producto de la relación con el mundo que nos rodea.

El hombre posee, incluso en los niveles más elementales de su desarrollo, un tipo de facultad que le permite tener el sentido del número. Este sentido del número le confiere, entre otras cosas, la posibilidad de advertir que algo ha cambiado en una pequeña colección cuando un objeto ha sido retirado o añadido sin que él haya tenido conocimiento previo de ello. Si bien el hecho de contar se revela como una acción reservada en gran parte al hombre, sin embargo no se puede ignorar que algunas especies animales parecen poseer un sentido rudimentario del número similar al nuestro.



A la pregunta: "¿Existe en los animales el sentido del número?", hay que responder sí, afirman personas competentes en este campo, aunque este sí esté reservado sobre todo a los pájaros, a ciertas clases de insectos y algunos animales como las ratas y las focas. Además, los trabajos del profesor Otto Koehler, de la Universidad de Friburgo, sobre los pájaros, apoyan la tesis de que los animales pueden aprender a contar, en el sentido literal del término, darse cuenta de las diferencias entre colecciones de distinto número de puntos, y llegar a razones sobre la base de diferencias cuantitativas. Si algunas ardillas y loros han podido, como lo han demostrado las películas de Koehler, aprender a contar, es razonable suponer que otros animales como el perro, la foca, la rata, pueden también, probablemente, aprender a contar. Sin embargo, este sentido del número, como mínimo exclusivo de ciertas categorías de animales, parece ser una facultad de la que los pájaros están mejor dotados. Numerosos hechos observables apoyan esta afirmación.

Supongamos que un nido contiene cuatro huevos; se puede retirar uno de ellos sin que esto perturbe a la hembra, pero si se quitan dos, abandonará en general el nido, como si pudiese, por algún procedimiento, distinguir dos de tres. Experiencias realizadas con un ruiseñor demostraron que podía contar hasta tres. Todos los días, se le llevaban, de uno en uno, tres gusanos para la comida; tomaba uno, iba a comerlo a otro lugar; volvía por el segundo y repetía la misma estratagema con el tercero. Pero, después de haber comido el tercer gusano, no regresaba, como si supiese que era el último.



Más sorprendente aún es el caso de la avispa solitaria. Después de haber puesto sus huevos lleva a cada uno una provisión de orugas vivas que el joven vástago comerá cuando salga del huevo. El número de víctimas es sumamente constante: en algunas especies de avispas es de cinco, en otras de doce y en otras hasta de veinticuatro. Pero el caso más asombroso es el de una especie, la Genus Eumenus, variedad en la que el macho es más pequeño que la hembra. De manera misteriosa, la madre sabe de antemano si el huevo producirá una larva hembra o una larva macho y proporciona a cada uno el alimento que necesita: cinco orugas al macho y diez a la hembra, todo ello sin cambios en el tamaño o en el tipo de las presas. Sin embargo, la acción, regular y cíclica, nos autoriza a pensar que está en relación con una función vital del insecto, probablemente de naturaleza consciente.

El ejemplo de la corneja es aún más revelador. Se cuenta que un castellano había decidido matar una corneja que había fijado su domicilio en la torre de observación de su castillo. Lo había intentado varias veces, pero siempre, cuando el hombre se aproximaba, dejaba su nido y se dirigía a un árbol vecino fuera del alcance del fusil asesino. El castellano, decidido a terminar de una vez para siempre, optó por una artimaña. Una mañana se presentó en la torre con un amigo. Los dos hombres entraron y poco tiempo después salió solo el castellano. La corneja esperó pacientemente la salida del segundo hombre. En los días que siguieron, la experiencia se repitió con tres e incluso con cuatro personas. Siempre al acecho, la corneja volvía a la torre una vez que había salido el último hombre. Por último, se enviaron cinco hombres; como en ocasiones anteriores, cuatro salieron de la torre, uno después de otro, mientras que el quinto esperaba tranquilamente en el interior. Esta vez, la corneja, incapaz de distinguir entre cuatro y cinco, cayó en la trampa y volvió a su nido sin saber que el quinto hombre la aguardaba con el fusil apuntando a su nido. Es fácil adivinar la suerte que corrió la pobre corneja.



Estos hechos demuestran que ciertos animales pueden contar y ponen, sin duda, de manifiesto un sentido del número parecido al nuestro. Además, experiencias hechas con animales nos autorizan a decir que estos tienen, a veces, actividades que reflejan aspectos netamente matemáticos.



Colette, J-P. (1991). Historia de las matemáticas. Tomo I. Madrid: Siglo XXI
Imágenes: biblioteca.itson.mx, srbyte.blogspot.com, siti.com.mex

viernes, 11 de julio de 2008


Acerca de la escritura

La invención del alfabeto fonético y de la escritura fue un verdadero acontecimiento para la historia humana. Antes de ella predominaba la oralidad y todo lo mágico, emotivo y cognoscitivo relacionado con la comunicación verbal. Santo Tomás de Aquino dijo que ni Sócrates ni Jesucristo confiaron sus enseñanzas a la escritura porque no facilitaba el adoctrinamiento. Mientras que Edgar Allan Poe indicó que el simple acto de redactar permitía hacer lógico el pensamiento. A continuación un texto de Platón relacionado con los orígenes de la escritura.

Comienza diciendo que el dios egipcio Theuth fue el primero que inventó los números y el cálculo, la geometría y la astronomía, a más del juego de damas y los dados, y también los caracteres de la escritura. En esos tiempos Thamus era rey de todo Egipto y tenía su corte en Tebas. Llegó Theuth ante Thamus y le mostró sus artes...

Thamus entonces le preguntó qué utilidad tenía cada una, y a medida que su inventor las explicaba, según le parecía que lo que se decía estaba bien o mal, lo censuraba o lo elogiaba. Así fueron muchas, según se dice, las observaciones que, en ambos sentidos, hizo Thamus a Theuth sobre cada una de las artes, y sería muy largo exponerlo. Pero cuando llegó a los caracteres de la escritura: "Este conocimiento, ¡oh rey! -dijo Theuth-, hará más sabios a los egipcios y vigorizará su memoria: es el elixir de la memoria y de la sabiduría lo que con él se ha descubierto". Pero el rey respondió: "¡Oh ingeniosísimo Theuth! Una cosa es ser capaz de engendrar un arte, y otra ser capaz de comprender qué daño o provecho encierra para los que de ella han de servirse, y así tú, que eres el padre de los caracteres de la escritura, por benevolencia hacia ellos, les has atribuido facultades contrarias a las que poseen. Esto, en efecto, producirá en el alma de los que lo aprendan el olvido por el descuido de la memoria, ya que, fiándose a la escritura, recordarán de un modo externo, valiéndose de caracteres ajenos; no desde su propio interior y de por sí. No es, pues el elixir de la memoria, sino el de la rememoración lo que has encontrado. Es la apariencia de la sabiduría, no su verdad, lo que procuras a tus alumnos; porque, una vez que hayas hecho de ellos eruditos sin verdadera instrucción, parecerán jueces entendidos en muchas cosas no entendiendo nada en la mayoría de los casos, y su compañía será difícil de soportar, porque se habrán convertido en sabios en su propia opinión, en lugar de sabios".

Platón (1962). Fedro, o de la belleza. Argentina: Aguilar

Imágenes: samaelgnosis.net