lunes, 23 de febrero de 2009

Alejandro Romualdo (III)

A fines de mayo del 2008, Alejandro Romualdo fue hallado muerto en su casa de San Isidro (Lima-Perú). Autoridades, burócratas y escritores del establishment se apuraron a rendirle homenajes póstumos, después de que en vida se le mezquinó el merecido lugar que ocupa entre los grandes de la poesía peruana y se le negó una pensión para su vejez. Reproducimos el artículo que César Hildebrandt dedicó a Romualdo en el 2007 y que reprodujo en el diario La Primera (Lima) un día después del fallecimiento del poeta.




Alejandro Romualdo Valle tiene 81 años y jamás le ha pedido nada a nadie. Ni siquiera pidió recibir el Premio Nacional de Poesía en 1949.

Tampoco pidió ser considerado en México uno de los poetas más importantes de América Latina.

Ni ha nacido de él o de su entorno provocar esa admiración militante que muchos sentimos por lo que escribió de puro amor y rabia. Su Canto Coral a Tupac Amaru, por ejemplo, que algunos recitan en formato mutilado y sin citar al autor.

Romualdo no da entrevistas, no aparece en el vano oficio de la televisión alanista ni llama a los jefes de las secciones culturales para que lo nombren o comenten "Ni pan ni circo", su reaparición en las letras tras muchísimos años de silencio.

Romualdo, en suma, es un hombre que carece de "inteligencia social", ese invento que hoy nombra a la astucia para crear alianzas y que, en el caso de la literatura, apunta más bien al oportunismo rastrero y el padrinazgo con sucursal en Barcelona.

Chuncho, cuántas veces asqueado, recluido en la discreción -de la que fue raptado hace meses para un incomodísimo homenaje-, Romualdo es un poeta que sobrevivirá al juicio del tiempo y a la tacañería de sus contemporáneos. Porque buena parte de su poesía viene de la luz y es poderosa por lo que dice y sabia y original en las maneras. Y porque Romualdo mismo, como poeta y como persona, pertenece, como Lévano, a ese hemisferio decente y despoblado que está lejos de la sociedad del bombo mutuo, la antología por canje y la reseña de antemano.

Por esa y por otras razones Romualdo es, en muchos sentidos, un olvidado más. Y, colateralmente, y aunque sea temerario decirlo, una maltratado social más, una víctima de ese Estado que es filantrópico con las mineras y manirroto con los sinvergüenzas pero remoto y mudo con sus mayores y mejores. Por eso algunos están pidiendo -y quien escribe esto, modestamente, se suma- una pensión especial para quien no la solicita pero sí la merece y quizás hasta la necesite, una diminuta cuota de generosidad para un hombre que solo ha escrito, dibujado y pintado lo que le fue dictado por los forros, un hombre sin marketing ni agentes ni agenda social ni arreos de bandera. Un hombre que Lima no pudo planchar ni almidonar (ni perdonar).

Romualdo, como Gabriel Celaya en España, habló del mundo mal hecho y remediable y también de las cosas que no habría que cambiar jamás: el amor como locura, la memoria selectiva de la infancia, la ironía como arma del tiempo.

Fue Romualdo quien escribió este cuarteto que murmuro con mucha frecuencia para evitar la locura: ¡Ay tierra mía, cielo por los suelos!/ Lo que serás seré junto contigo./ No puede ser posible. Esto se acaba./ No puede ser verdad. Pero hay testigos./

Y salió del talento de Alejandro Romualdo Valle esta feroz e incontestable pregunta que hoy nos puede parecer tan pertinente: ¿Quién nos ha dado -mano despiadada/ en el juego material de nuestra vida-/ para ganar la Última Partida/ una espada sin filo y oxidada?/.

Tenía yo diecinueve años cuando salió la primera edición de "Como Dios manda". Han pasado los años pareciéndose y, sin embargo, no he podido olvidar la emoción (todavía vigente) de leer poemas como Puño y letra: "Pon la letra en el puño: Escribe, escribe, escribe,/ contra viento y marea, a contrasombra,/ contra toda esa horrible mascarada/ que cruza diariamente nuestros ojos..."

Han pasado los años y se han caído los muros y los ídolos, pero Romualdo no ha tenido que eviscerarse ni desmantelarse para seguir viviendo y escribiendo. Porque una cosa es actualizarse y otra, muy otra, venderse como un TLC.



A continuación, una selección de poemas de Alejandro Romualdo...

De "Mar de fondo" (1951)


Sagrada familia

Hermano hueso, hermana carne humana,
vamos cediendo de hora en hora. Vamos
hasta dar en el clavo. Y nos clavamos
una muerte carnívora y fulana.

Hueso, mi hermano. Carne humana, hermana.
Parientes perros. Familiares gamos.
Estamos hartos de correr. Ya estamos
ceros de todo y miles de singana.

Bestias a la redonda y a la larga.
Espaldas rotas. Lomos de tristeza.
Huesos que son una pesada carga.

Aquí me quedo. Aquí me planto. Pesa
mucho este siglo. Y con su lengua amarga
me lame del amor a la tristeza.



Metamorfosis

El toro en buey. El buey en instrumento.
El dios en cisne. El cisne en energía.
El río en mar. El mar en joyería.
En lamento el dolor. La voz en viento.

La muerte en fuego. El fuego en nacimiento.
El hombre en dios. El dios en agonía.
El llanto en pan. El pan en alegría.
El vino en agua. El agua en alimento.

Verás sobre la tierra o sobre el cielo,
romper con alas duras el macizo
aire de amor que Amor hizo a tu vuelo.

La misma voz que ordena, desordena.
El mismo amor que te hizo, te deshizo.
Y el hombre es lucha. Y en la lucha pena.



Tierra de nadie

Ni más muerte tu vida arrebatada.
Ni más fría tu luz ni más ardiente.
Ni más triste tu ser ni más sonriente.
Ni más metal tu penetrante espada.

Ni más fuerte tu voz ni más callada.
Ni más cristal tu río ni más fuente.
Ni más dulce tu estar ni más doliente.
Ni más fuego tu llama. Ni más nada.

Equilibrado ya y equidistante
(ni la sangre más fénix redivivo
ni el corazón más golpe sollozante)

muerto vital. ¡impávido te vivo!
No puede ser más rígido tu instante
ni más libre tu amor ni más cautivo.






Imágenes: alvarofelipe.wordpress.com, notasmoleskine.blogspot.com, generacion-cochebomba.blogspot.com

miércoles, 11 de febrero de 2009

La sonrisa de Maquiavelo (I)

Según la Real Academia Española de la Lengua, la persona "maquiavélica" es aquella que "actúa con astucia y doblez". Esta palabra deriva del apellido del florentino Nicolás Maquiavelo, autor de "El príncipe", texto considerado como la biblia del arte de gobernar y mandar, y que ha sido objeto de múltiples distorsiones (especialmente en la parte referida a "es mejor ser temido que amado"). Inclusive, en la actualidad se le usa en el ámbito empresarial para justificar una conducta inescrupulosa y calculadora en los negocios. Pero nada de esto es cierto, Nicolás Maquiavelo fue un adelantado a su época: proveniente de la pequeña burguesía, gracias a su talento pudo ascender hasta el cargo de ministro plenipotenciario. Príncipes, papas, ministros y demás gente poderosa reconocieron, no sin envidia, sus dotes para la diplomacia y la estrategia. En esta primera entrega presentamos extractos de la biografía de Maquiavelo escrita por Viroli, donde nos muestra a un hombre totalmente diferente a la imagen que ha llegado hasta hoy.




"... todas las cualidades de Maquiavelo: burlón, irreverente, dotado de una sutilísima inteligencia; poco preocupado por el alma, la vida eterna y el pecado; fascinado por las cosas y hombre dotados de grandeza".

"Bernardo no había podido darle riquezas ni poder, pero su hijo sintió cariño por él, y más aún, acaso precisamente por eso, experimentaba hacia él un sentimiento particularmente dulce, libre de la obsecuencia y del miedo que a menudo inspiran los padres poderosos".

"Bajo la guía de sus maestros antiguos y modernos, Maquiavelo se forjó un concepto de la vida enteramente personal, hecho de generosidad y de amor por las cosas grandes, pasiones intensas, respeto hacia la fragilidad de la vida, admiración por la belleza, alimentada sin embargo por un profundo sentimiento de la dureza de la vida y de la maldad humana".

"Tenía ideas que lo hacían parecer un profeta... Justamente por eso había de guardarse de las hostilidades de muchos que no son sabios, sino malvados, ambiciosos e ingratos".

"Una persona que obra bien, que sirve al interés público con absoluta dedicación y honradez, que se esfuerza por entender las causas de los males que afligen a su patria y señalar las soluciones necesarias, debería ser estimada y admirada por sus conciudadanos. Pero dado que los hombre son, en su mayor parte, envidiosos y mezquinos, casi siempre ocurre lo contrario; cuanto más actúa una persona para el bien común, con rectitud e inteligencia, más la miran los otros con desconfianza y rencor, y se afanan por hacerle daño y por impedirle proseguir su obra. Los honores y el éxito, en cambio, corresponden a quien sabe adular, lisonjear y servir a los poderosos".

"... Maquiavelo era incapaz de rogar y agradecer para obtener aquello que le correspondía por derecho y por mérito".

"A pesar de haber manejado tanto dinero, había servido a la República con una honradez impecable".

"Maquiavelo jamás ha enseñado que el fin justifica los medios o que para el político es lícito aquello que para los demás está prohibido: ha enseñado que quien se propone realizar una gran finalidad (...) no debe temer que se lo considere cruel o avaro sino saber llevar a cabo lo necesario para la obra. Así son los grandes, así quería que fuese un príncipe nuevo".

"Del 'vivir libre', como a Maquiavelo le gusta llamar a las repúblicas (...), nacen innumerables bienes: los pueblos crecen porque los ciudadanos traen de buena gana hijos al mundo, dado que confían en poder mantenerlos y saben que 'nacen libres y no esclavos', y que si son buenos ciudadanos y se distinguen por sus virtudes, podrán ser elegidos para los más altos cargos de la República".

"... para Maquiavelo es mucho más seguro confiar la defensa de la libertad al pueblo antes que a la nobleza, porque los nobles desean dominar, en tanto que el pueblo solo quiere 'no ser dominado' y, por tanto, 'vivir en libertad' ".

"... son 'infames y detestables', había escrito en una espléndida página de los Discursos, los hombres 'enemigos de las virtudes, de las letras y de cualquier otro arte que aporte utilidad y honor al género humano, como son los impíos, los violentos, los ignorantes, los pusilánimes, los ociosos y los cobardes".





Imágenes: homobonusperitusdicendi.blogspot.com, ebook2.wordpress.com


Alejandro Romualdo (II)

Continuando con el homenaje a este destacado poeta peruano, reproducimos la reseña aparecida en el periódico Perú21 (Lima, 29.05.2008). Además, incluimos otra breve selección de sus mejores poemas.

Romualdo nació en Trujillo, en 1926, pero su familia se trasladó a Lima cuando él tenía cinco años. Estudió en la Universidad de San Marcos y, en 1949, ganó el Premio Nacional de Poesía por su primer poemario, La torre de los alucinados.

En 1951 viajó a España, donde se relacionó con grandes poetas españoles, como Vicente Alexaindre, Diego Alonso y, sobre todo, Blas de Otero, quienes influyeron en sus versos. Regresó al Perú en 1953 y de 1965 a 1969 vivió en México.

Sus primeros textos tuvieron una fuerte influencia de Rilke y de Eielson. Sin embargo, España lo transformó. Fue una de las cabezas de la llamada "poesía social", que hacía frente a la "poesía pura". Libros como Edición extraordinaria (1958) dan cuenta de este cambio. También ejerció el periodismo y fue un gran caricaturista.

En los 60 y 70, su poesía regresa a sus orígenes: la fuerza de las imágenes y el lirismo, a la vez que plantea sus inquietudes vanguardistas y el ordenamiento "espacial" de los textos (el diseño gráfico como parte del ejercicio poético). Destacan Como Dios manda (1967), Cuarto mundo (1972) y En la extensión de la palabra (1974). Poesía íntegra (1986) reúne su obra poética.

Es famosa la personalidad arisca de Romualdo. Su gran amigo Reynaldo Naranjo nos dice que le dolía el país y su ingratitud. Varios gobiernos le negaron una pensión. "Pero se fue en plena actividad: pintando y escribiendo". Alejandro, no podrán matarlo.



De "Mar de fondo"


Control remoto

Anónimo, social y combativo,
mi tácito antropoide se levanta.
Come conmigo. Fuma. Silba. Canta.
Enamoro con él. Padezco y vivo.


Siempre corrije todo lo que escribo.
Siempre intuye el dolor. Y se agiganta.
Veloz, fuga de mí: se me adelanta.
Brutal, me empuja todo lo lascivo.

Desde su límite animal, suspira.
Desde su límite animal, me mira
el pobre: taciturno, humanizado.

¡Ah, mi civil, angélico antropoide,
paga en metal y cobra en metaloide
su derecho a vivir encarcelado!



Fe de vida

Puedo morir de rabia y de dulzura.
Morir de hueso en hueso hasta el tobillo.
Arrancarme la piel con un cuchillo.
Quemar vivos mis sueños, mi ternura.

Puedo morir de risa, de amargura,
atorado, revuelto y amarillo.
Romper de amor mi hueso, mi estribillo.
Partir en dos mi vértebra más dura.

Puede lograr mi muerte lo que quiero:
hacer que en la extensión que me consigne
pazca y trisque el dulcísimo cordero.

Puedo morir como un violento cisne
de guerra. Proclamado, y prisionero,
una canción vital, un cuello insigne.

Imagen: eltiempo.com.pe